Opinión de René Jara, doctor en Ciencia Política y director de la Escuela de Periodismo, Usach Las aventuras (y desventuras) del voto electrónico

Para quienes nos hemos interesado en comprender el fenómeno del voto electrónico, no pueden dejar de sorprender las múltiples vicisitudes, estados de ánimo y cambios de la opinión pública frente a esta modalidad de voto; prueba de que el asunto no deja indiferente a los ciudadanos y se ha convertido en la actualidad en un verdadero quebradero de cabezas para las autoridades.

Tal como atribuimos a los gatos, el voto electrónico parece gozar de varias vidas las que hemos detallado en otros trabajos académicos y que aquí pasaremos revista rápidamente. La primera vida del voto electrónico en Chile corresponde a la etapa de lo que podríamos denominar el voto mecánico. Tenemos noticias ya en 1906 de la primera máquina de voto en nuestro país, en la figura del inventor italiano Eugenio Boggiano. La primera imagen del voto electrónico fue entonces
mecánica, teniendo como fin la estandarización del acto y la disminución al mínimo de la manipulación e intervención humana. Sin pena ni gloria este episodio fue corto, no tuvo el éxito esperado, quedó solo en el estadio del deseo.

Un segundo momento sucede en los años 60 y 70. Época de utopías, pero también de revoluciones, que en el caso chileno han sido muy descritas por Eden Medina en su libro “Cybernetic Revolutionaries: Technology and Politics in Allende's Chile”. Mientras en Estados Unidos ya se vota con máquinas, el triunfo de Allende inaugura una etapa de reflexión y experimentación del vínculo entre tecnología y política, la cual no estuvo desprovista de suspicacias. El quiebre democrático significó por supuesto una suspensión de las elecciones libres, decretando de paso una interrupción del debate entre tecnología y voto.

El año 1996 marca la reintroducción del tema en el ámbito legislativo. Ese mismo año se experimentó una disminución dramática de las tasas de participación electoral de principios de los noventa. Mediante una moción parlamentaria, se intentó introducir el voto electrónico y se produce un pequeño debate, el cual no fructifica por no contar con el apoyo del Ejecutivo. Casi una década después se vive un nuevo hito, cuando el antiguo director del Servicio Electoral, Juan Ignacio García, se declara a favor de avanzar en el voto electrónico. Esto suponía un cambio en la actitud del Organismo respecto a esta modalidad de voto, puesto que no estaba “dentro de sus prioridades”, como declarará en 2009 el propio García.

Durante la campaña del 2017, el actual Presidente, Sebastián Piñera, propuso dentro de su programa implementar el voto electrónico. A decir verdad, esto ya había sido planteado años antes, pero en el contexto de campaña fue visto como una promesa de su candidatura. Una vez asumido su mandato, el propio Servel encargó a una consultora externa estudiar la factibilidad de implementar un sistema de máquinas de votación. La baja en las tasas de participación abrió un debate profundo sobre los efectos de las reformas electorales del 2015, particularmente de la introducción de la inscripción obligatoria y el voto voluntario. Y al interior de este debate, surgió nuevamente la idea del voto electrónico. Una serie de actores, no sin razón, levantaron voces de alerta en contra de la medida. Habría que aclarar que, a esas alturas, la cuestión concernía sólo a la implementación de un sistema de máquinas de votación, sin que se mencionara siquiera la posibilidad del voto a distancia por internet.

Sin embargo, la consulta ciudadana organizada por la Asociación de Municipalidades el 15 de diciembre cambió nuevamente la suerte del voto electrónico, abriendo nuevamente la pregunta sobre su conveniencia y factibilidad. En ese sentido, esta votación marca un precedente histórico, pues introduce dos nuevos actores a la escena electoral: a los municipios y a la Universidad de Santiago de Chile. Para los primeros, se trata de un retorno pues, si bien por ley no poseen el poder de organizar elecciones, demostraron que en la práctica sí lo pueden hacer y con un gran poder de movilización. Para los segundos, se trata justamente de estrechar los lazos entre el Estado y sus universidades, acompañando los procesos de innovación y diseño de políticas públicas.

En un contexto de alta movilización social resulta nuevamente curioso, por decir lo menos, cómo el voto electrónico tuvo una oportunidad de oro para demostrar sus virtudes. Con una votación compleja, que incluía tres papeletas, demostró su capacidad para reducir el tiempo del tradicional conteo de votos. Asimismo, facilitó, casi en todos los casos, el acceso al voto, cuestión especialmente sensible dado los graves problemas de movilización que subsisten en la sociedad.

Todo esto no deja de ser relevante, pues significa que los límites se desplazaron sustantivamente. La demanda ya no será solo por máquinas en los recintos de votación, sino que ahora la solicitud será por implementar un sistema de votación confiable, a distancia y asistido por tecnología. ¿Cuánto durará este último momento de gracia del voto electrónico? No lo sabemos. Pero de lo que sí estamos seguros es que el estallido social y la necesidad de una Asamblea Constituyente establecen un contexto ideal para la reposición de este (antiguo) debate.

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